lunes, 15 de noviembre de 2010

POETISA SIN UNA PALABRA

Y una sonrisa se asomaba... un augurio de destrucción que tenía en su mente.

Eran las tres de la tarde mientras ella tomaba su café, acompañándolo con un cigarrillo cien, de esos que no se acaban hasta después de un buen rato. En su mano un libro de poemas de Julia de Burgos. Esta vez eligió "Poema Para Mi Muerte". Un épico poema. "Morir conmigo misma, abandonada y sola...", quién diría que era su despedida.

Mira el cielo, sentada en su silla y estirando las piernas. El viento, que poco a poco se iba enredando entre sus cabellos también acariciaba su rostro. Sintió una pesadez sobre sus hombros, como si se hundiera de poco en poco en su propia silla queriendo llegar al piso, estirándo la tela que la sujetaba. Ya sabía lo que le sucedía: el estar sola. Se había acostumbrado a estarlo; ya no necesitaba a nadie. Lo único que la pobre muchacha exigía era una buena taza de café, un cigarrillo y una silla para sentarse a mirar el paisaje que la rodeaba. No importa que estuviese rodeada de casas, en una urbanización pobre... sentía que estaba en alguna casa de playa mirando el mar, en un balcón de madera y con la sensación que te da cuando tienes los pies en la arena.

Todos los días se sentaba a hacer lo mismo. Una y otra vez, salía a su balcón a leer poemas de Julia de Burgos, de Pablo Neruda o alguna que otra novela que la hiciera sentir como que alimentaba parte de su intelecto. Leía queriendo escribir pero sin palabras las cuales pudiese expresar. Vivía queriendo sentir pero sin un motivo. Tomaba pretendiendo que alimentaba algo su cuerpo pero casi sin ganas de hacerlo; sólo que no podía dejar de tomarse una taza de café. Fumaba por satisfacción pero sabiendo que la mataba poco a poco; después de todo, era lo que quería.

"Mis ojos todos llenos de sepulcros de astro, y mi pasión, tendida, agotada, dispersa.
Mis dedos como niños, viendo perder la nube y mi razón poblada de sábanas
inmensas
."
Suspiros profundos acompañados de latidos fuertes entretanto su garganta succionaba el humo de la muerte que anhelaba ahora más que nunca. Gemidos furtivos que escapaban de sus labios cuando tocaba algunas partes de su cuerpo... sola. Sonetos que escuchaba en su oído, como si se los estuviesen dictando, pero ni una sola palabra salía de su boca; ni una sola palabra era capaz de escribir. Uno, dos y tres; los sonidos venían y van, como cuando quieren escapar porque ya no soportan estar en un solo lugar, ahora era su necesidad entrar y salir por los oídos de esta hermosa joven. Hasta que se convertían en sonsonetes, retumbando sus oídos. Sonidos metálicos que le daban dolor de cabeza indicándole que ya era hora de otro café y otro cigarrillo.
"Incorporarme el último, el integral minuto, y ofrecerme a los campos con limpieza
de estrella doblar luego la hoja de mi carne sencilla, y bajar sin sonrisa,
ni testigo a la inercia
."
Se dirige hacia su cocina de su casa vacía, inhabitable por naturaleza pues solo su esencia podría permanecer ahí tanto tiempo sin escaparse a ningún otro lugar. Sentía una frustración y una alegría; una nostalgia y más ganas de seguir torturándose. Después de todo un alma torturada es lo que hace a un buen escritor, a un buen poeta, o en su caso, una poetisa. Vuelve a su silla, a su lectura. Vuelve a tomar su tasa y los sonsonetes vuelven a ser sonetos hermosos que recita para sí misma en su mente. Una lluvia de nostalgia sobre su cabeza; suspiros interminables que no llegan a ningún lado, y caricias que no siente nadie; caricias exactas en lugares exactos que hacían de su estadía una más satisfactoria, al menos hasta que terminara. Y esos recuerdos trastornando su cerebro, recuerdos de su primera experiencia, de su segunda, de una tercera y al final de todas esas experiencias que atravesó en su vida cuando no era tan infeliz. Al final era un recuerdo inhóspito que la hacía sentir miserable cada día más.
"Cada vez más pequeña mi pequeñez rendida, cada instante más grande y más
simple la entrega; mi pecho quizás ruede a iniciar un capullo, acaso irán
mis labios a nutrir azucenas
."
Azucenas... ¿por qué utilizan ese lirio en muchos escritos, en muchos poemas? Cada instante de su vida recordaba lo que alguna vez había olvidado. Cada instante se hacía más pequeña ante las situaciones en su vida; más incómodo el camino hacia el infierno. Cada noche que pasaba recordaba lo inútil que era el tratar de hacer algo. Después de tantos años de soledad, intentando revivir tiempos que ya habían muerto, personas que ya no existían, pudo comprender que el camino a la felicidad sólo lo podría encontrar a través de sí misma. Ese día tomó su taza de café y después de dar el último sorbo y de absorver el último cigarrillo de su última caja, caminó hacia el mar.
"¿Cómo habré de llamarme cuando sólo me quede recordarme, en la roca de una
isla desierta? Un clavel interpuesto entre el viento y mi sombra, hijo mío y de la
muerte, me llamarán poeta
."

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